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Hoy se cumplen seis años, (¡cómo pasa el tiempo!), del aciago día en que unos hijos de mala madre, unos hijos de la gran puta, para hablar claro, decidieron que 192 personas debían morir y otras 1858 debían quedar heridas física y psicológicamente, muchas de ellas con secuelas horribles e irreversibles.
Todas esas personas no eran delincuentes o seres aborrecibles. Eran honrados y humildes trabajadores y estudiantes que se dirigían en cuatro trenes de cercanías con destino a Madrid, a cumplir con su obligación de ciudadanos, dando lo mejor de sí mismos en sus respectivos trabajos y deberes, para bien de sus familias y para bien también de España. Eran personas con muchos sueños e ilusiones en sus corazones.
No habían hecho nada malo. Simplemente cometieron el inmenso error de estar en el sitio y momento equivocados.
Estos hijos de mala madre, estos hijos de la gran puta, para hablar claro, habían decidido cometer el mayor atentado contra la vida humana acaecido en Europa hasta la fecha presente, con el exclusivo objetivo de cambiar el signo de unas elecciones cuyo resultado se presentaba claro. El resultado de unas elecciones, ¿era motivo suficiente para segar la vida a 192 personas y dejar malheridas a otras 1858?
Hoy, en el sexto aniversario de semejante barbarie, quiero desde aquí decir a las familias de esos 192 humildes trabajadores y estudiantes y a los 1858 heridos con secuelas horribles e irreversibles que, por lo menos yo, no les olvido y que siempre están y estarán presentes en mi corazón y en mi mente.
El pueblo de Madrid decidió crear un monumento en homenaje y memoria a las víctimas de la crueldad y la sinrazón humanas. Está ubicado en la Estación de Atocha de Madrid. Es un monumento sencillo que he visitado tres veces en mi vida para dedicar una oración a esas víctimas. Y he de decir que siempre que lo he hecho, cuando he estado dentro, un escalofrío ha recorrido mi cuerpo. Hay algo ahí dentro que no sé explicar en qué consiste, pero que consigue helar mi corazón y mi sangre y que se me salten las lágrimas.
Os quiero mostrar seis fotografías del lugar. Suele estar visitado por gente, pero yo quise fotografiarlo sin nadie. Me parecía que debía reflejar la inmensa soledad de esos muertos, la enorme sensación de vacío que sentimos las personas de bien ante su ausencia.
La primera es el mural de entrada con los nombres de los que cayeron sin tener que haberlo hecho.
Las segunda y tercera, muestran dos vistas de la sala completamente vacía en la que no hay nada. Nada más y nada menos que el amor que sentimos por ellos y la comprensión hacia sus familias. En el centro, se abre un agujero circular, iluminado por la luz del día que abre paso a un cúpula que se levanta hacia el cielo, con las frases que todas las personas de bien escribieron en su honor.
Las cuarta y quinta, son dos vistas de esa cúpula.
Y, finalmente, la sexta es un detalle de alguna de las frases a la que me refería.
Me queda preguntar si algún día sabremos la verdad sobre este repugnante atentado. Cuando digo la verdad, me refiero a
LA VERDAD. Se celebró un juicio mediático que, en mi opinión, se cerró en falso. Porque, ¿alguien podría decirme
QUIÉN planificó,
QUIÉN financió,
QUIÉN dio las órdenes para cometer semejante salvajada y
QUIÉN reclutó a los asesinos materiales? ¿Los desgraciados detenidos? Pero, si eran unos mindundis. Me caben muchas más preguntas. Pero no es el propósito de este blog ni de esta entrada hacer esas preguntas que me queman desde hace mucho tiempo.
El verdadero propósito es que os invito a que os suméis a este recordatorio. Todas y cada una de las personas que me honráis con vuestras visitas, sois gente de bien. Sé que no fallaréis hoy.
Un fuerte abrazo a las familias de los que ya no pueden recibirlo, a los que hoy día siguen sufriendo las consecuencias,
Y, por supuesto, a todos vosotros.